Pasada la mañana, Juan cantaba la salsa para sí. Calmada
la trágica y fútil riña, la rima infinita migraría a su rápida fantasía.
Dada la música baladí, Juan pasaba ya a la casa. La nana
asustada y pasmada, gritaba “¡ah, aquí andabas!” Pura maldad y patada para Juan
había. Mil lágrimas iban hacia su cara disímil, palabras agrias y malsanas lanzaba su alma.
La vicisitud ávida adquiría una victoria más y Juan
tiritaba sin parar. La rabia manipulaba al humano. Rápida la navaja y su
acuidad callaban a la nana: Juan triunfaba
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