El año pasado, Juan andaba
caminando por la universidad sin entender por qué se dirigía al kiosco (pues
hambre no tenía).
Tuvo
que transcurrir un minuto para que Juan sintiera un dolor en la cabeza. No lo
podía creer, en diez minutos iba a dar su examen final y el malestar era
indescriptiblemente doloroso. Pasaron diez minutos y el fastidio no se
disipaba. Los alumnos ya se habían sentado en los asientos del salón. Se
dirigió al baño desesperadamente y se mojó la cabeza. Era la única salida.
Después
de dos minutos, y sin ser supersticioso y creer en milagros, estaba dando el
examen con tranquilidad.
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