El relato breve comienza, ya
mis años no me dejan recordar bien, en 1986. Una noche oscurísima reinaba en
aquél entonces, el silencio impuso su férula; una atmósfera sosegada y pacífica
era el mejor regalo de Dios para que un escritor miraflorino terminara su obra.
Hizo una pausa, pues la
melodía que venía de la finca adyacente era inmensamente sutil, era, sin duda
alguna, La Sinfonía Bolero de Maurice Ravel. Esos pequeños minutos se habían
convertido en la gloria de toda su vida, una gran felicidad se apoderó de él;
sin embargo, pasarían tres minutos para que la cálida música dejara de sonar, y
para que un gato comience a maullar de tal forma que la desesperación invadiera
al joven escritor.
Gritaba y trataba de
silenciar al gato con toda injuria posible pero era en vano, el animal seguía
emitiendo un ruido infernal. Observó el pisa papel que su abuelito le había
regalado otrora: <<Nieto, éste pisa papel tiene trescientos años de
antigüedad, por favor, consérvalo>>, el escritor recordaba. No obstante
le pareció la única alternativa posible para acabar con esa molestia. Y así
fue, con vehemencia y, tal vez con exactitud, lanzó el regalo de su abuelo,
finalizando así el maullido del gato. Pasaría una hora más para que el
escribidor se durmiera.
El reloj apuntó las 9 de la
mañana, y fue entonces que decidió ir a la azotea de su vecina y así poder
buscar el pisa papel. Aquella accedió y comenzó, entonces, la incesante
búsqueda. El hado ya estaba escrito, el joven escritor no pudo encontrar lo que
buscaba por más que intentaba; resignado se retiró a su casa.
Los años habían pasado; la
fama y el reconocimiento de las buenas obras que había publicado el escritor
miraflorino eran ya una realidad. Vivir en París fue siempre un sueño para él,
no obstante, se sentía orgulloso de acordarse de ese deseo juvenil que estaba
cumplido. Paseaba por las calles parisinas y se vio observando una casa de
antigüedades que nunca había entrado. Atraído por un objeto que le resultaba
familiar, entró intempestivamente.
La melodía que salía del toca
discos era excelente, obligaba a moverse y parecía hecha para realizar un jolgorio,
era el magnífico Mambo dirigido por Gustavo Duramel. Luego de haber atendido la
música, el escritor se acercó al vendedor. Le pareció inextricable el asunto,
no podía creer como había llegado ese objeto a París, y que, incluso, lo
tuviera un vendedor viejo y enjuto, que casi no podía ver. Asombrado, le dijo:
- ¿Qué hace mi pisa papel
ahí?
- ¿Ya no te acuerdas? –Burlonamente
respondió el vendedor–, tú lo arrojaste una noche.
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