jueves, 14 de junio de 2012

El extraño caso del pisa papel

El relato breve comienza, ya mis años no me dejan recordar bien, en 1986. Una noche oscurísima reinaba en aquél entonces, el silencio impuso su férula; una atmósfera sosegada y pacífica era el mejor regalo de Dios para que un escritor miraflorino terminara su obra.
Hizo una pausa, pues la melodía que venía de la finca adyacente era inmensamente sutil, era, sin duda alguna, La Sinfonía Bolero de Maurice Ravel. Esos pequeños minutos se habían convertido en la gloria de toda su vida, una gran felicidad se apoderó de él; sin embargo, pasarían tres minutos para que la cálida música dejara de sonar, y para que un gato comience a maullar de tal forma que la desesperación invadiera al joven escritor.
Gritaba y trataba de silenciar al gato con toda injuria posible pero era en vano, el animal seguía emitiendo un ruido infernal. Observó el pisa papel que su abuelito le había regalado otrora: <<Nieto, éste pisa papel tiene trescientos años de antigüedad, por favor, consérvalo>>, el escritor recordaba. No obstante le pareció la única alternativa posible para acabar con esa molestia. Y así fue, con vehemencia y, tal vez con exactitud, lanzó el regalo de su abuelo, finalizando así el maullido del gato. Pasaría una hora más para que el escribidor se durmiera.
El reloj apuntó las 9 de la mañana, y fue entonces que decidió ir a la azotea de su vecina y así poder buscar el pisa papel. Aquella accedió y comenzó, entonces, la incesante búsqueda. El hado ya estaba escrito, el joven escritor no pudo encontrar lo que buscaba por más que intentaba; resignado se retiró a su casa.
Los años habían pasado; la fama y el reconocimiento de las buenas obras que había publicado el escritor miraflorino eran ya una realidad. Vivir en París fue siempre un sueño para él, no obstante, se sentía orgulloso de acordarse de ese deseo juvenil que estaba cumplido. Paseaba por las calles parisinas y se vio observando una casa de antigüedades que nunca había entrado. Atraído por un objeto que le resultaba familiar, entró intempestivamente.
La melodía que salía del toca discos era excelente, obligaba a moverse y parecía hecha para realizar un jolgorio, era el magnífico Mambo dirigido por Gustavo Duramel. Luego de haber atendido la música, el escritor se acercó al vendedor. Le pareció inextricable el asunto, no podía creer como había llegado ese objeto a París, y que, incluso, lo tuviera un vendedor viejo y enjuto, que casi no podía ver. Asombrado, le dijo:
- ¿Qué hace mi pisa papel ahí?
- ¿Ya no te acuerdas? –Burlonamente respondió el vendedor–, tú lo arrojaste una noche.


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