Por fin logré llegar a Santa Beatriz porque me informaron
que aquí habitaba mi bisabuelo, un tal Raúl Santos. Mi longevo abuelo me lo
dijo. Y yo le prometí que iría a conocerlo en cuanto él muriera. Le apreté sus
brazos en señal de que lo haría, pues él estaba por irse al otro mundo y yo en
un plan de acceder en todo. “No dejes de ir a visitarlo – me manifestó. Se
llama así pero le dicen asá y su apellido es tal. Estoy seguro de que le dará
gusto conocerte” Entonces no pude hacer otra cosa sino decirle sutilmente que
así lo haría, y de tanto repetírselo se lo seguí diciendo aun después de que a
mis manos les costó trabajo esfumarse de sus gélidos brazos, brazos de un
muerto.
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